Asdrúbal
Plaza Calvo
Bogotá D.C., junio 17 de 2012
Hablar de ordenamiento territorial supone meterse en el lío conceptual que
teóricos y académicos manejan según la concepción que tengan del mundo y del
modelo de país que proponen se construya, que muchas veces queda en lo ideal
porque no corresponde a lo real o a lo posible. Por eso mismo, no queremos
meternos en ese lío y preferimos sólo reflexionar ampliamente sobre este tema
de actualidad para contribuir a crear opinión e interés, pero sobretodo para
que los mismos pueblos indígenas profundicemos en este tema.
Es mi interés en este artículo, salir un poco del conocimiento indígena
para examinar otros saberes ajenos a nuestras culturas, con el ánimo de dar
cabida un poco a la interpretación desde la interculturalidad que a veces tanta
falta nos hace a los indígenas para entender los mundos distintos al nuestro y
tomar luego las mejores decisiones para nuestros pueblos.
El ordenamiento ha tenido a través de la historia un manejo de extremos
conceptuales que buscan cada uno a su manera primar sobre el otro, tal como
sucede entre lo urbano y lo rural, entre población mayoritaria y las “minorías”
étnicas, entre el atraso y el progreso, entre la centralización y la
descentralización, entre la cultura propia y las otras culturas, entre las
grandes ciudades y las pequeñas, entre la capital y la provincia, etc.
Esas duplas han contribuido a que el ordenamiento territorial caiga en lo
que se podría denominar reduccionismos: El reduccionismo economicista a través
de la “verdad intocable” de las planeaciones macroeconómicas que terminan
descuidando el territorio; el reduccionismo urbanista que le da importancia a
la cartografía (planos y mapas); el reduccionismo ruralista que considera este
es el único sector productivo; el reduccionismo naturalista que convierte al
ser humano en una especie natural dando poco valor a la cultura y la economía;
el reduccionismo tecnocrático que no valora lo político y social sino lo
técnico y profesional.
Todo esto ha llevado a que las versiones de territorio sean diversas,
dependiendo del interés y concepto que se maneje. Para algunos el territorio
está asociado sólo al espacio físico y entonces se limitan a la elaboración de
mapas y planos; para otros se trata del ordenamiento político administrativo
del país y entonces sólo les interesa definir las competencias geográficas para
el ejercicio del poder en la nación, departamentos, distritos, municipios y
entidades territoriales indígenas; también estamos los que consideramos que el
territorio es vida y que sin él no es posible la existencia como pueblos y
entonces nos preocupa el manejo y protección de todo el entorno ambiental, económico,
político, social y cultural, con respeto por la naturaleza y lo ancestral.
No faltan, claro está, las versiones institucionales sobre ordenamiento
territorial que parten de las normas jurídicas que cada funcionario interpreta
a su propio modo. Veamos algunos ejemplos:
“Es un conjunto de acciones
concertadas emprendidas por la nación y las entidades territoriales, para
orientar la transformación, ocupación y utilización de los espacios
geográficos, buscando su desarrollo socio económico y teniendo en cuenta las
necesidades e intereses de la población, las potencialidades del territorio y
la armonía con el medio ambiente”. (Versión adoptada por la comisión de
ordenamiento territorial y desarrollada por el IGAC).
“El ordenamiento territorial es el que se encarga de planear los usos
adecuados de un determinado espacio, usualmente ciudades, departamentos y municipios”.
“El ordenamiento territorial de
un país, región o entidad territorial es el resultado de la incidencia espacial
de las políticas ambientales, las políticas sectoriales de desarrollo
(económico, social y cultural) y de manejo político-administrativo del
territorio.” (Angel Massiris Cabeza).
A nuestro juicio, casi todas
olvidan el precepto constitucional del respeto y protección a la diversidad
étnica y cultural (artículo 7º Constitución Política), lo cual exige un
tratamiento integral acorde con las características culturales de la nación que
genere políticas más allá de las entidades territoriales indígenas, es decir,
que vaya a la reconstrucción de los territorios ancestrales para los pueblos
indígenas y no a su pérdida como se presagia a través de las ETIs, sino se
modifica la propuesta de ordenamiento del gobierno.
El ordenamiento territorial debe
servir para vivir dignamente, para reconciliarnos cada vez más con la
naturaleza, para proteger y potenciar nuestros territorios, para fortalecer nuestra
autonomía y gobierno propio, para garantizar la reconstrucción social,
económica, política y ambiental de nuestros pueblos, para recuperar y
fortalecer nuestros procesos de identidad cultural, para consolidar los
procesos de justicia indígena, para ejercer nuestro Derecho Mayor. Tendremos
que cuidarnos mucho que a través del ordenamiento territorial el Estado
pretenda convertirnos en un apéndice institucional, en unos tesoreros de los
dineros oficiales cuya forma de inversión ya nos señalan previamente por ley
sin posibilidad de definir según nuestras prioridades, o que quieran convertir
nuestras autoridades tradicionales en simples soplones o razoneros del
Presidente en materia de orden público, o que pretendan acabar con nuestros
usos y costumbres, con nuestro Derecho Mayor y obligarnos a aplicar las normas
occidentales como criterio de control social interno.
El ordenamiento territorial debe
constituirse en una oportunidad para que desde los pueblos indígenas y sus
autoridades tradicionales se trabaje en una reforma constitucional que dé
mejores garantías para la constitución de las ETIs., pues con las actuales
normas constitucionales se corre mucho riesgo de perder el territorio indígena
de propiedad colectiva para que se conviertan en simples divisiones político
administrativas del Estado; de sacrificar la autonomía y autodeterminación para
ser agentes institucionalizados del sistema; de pasar de un gobierno indígena propio
a una instancia de gobierno estatal. Y toda esto, muchas veces motivado por el
afán de administrar unos recursos económicos bajo el sofisma de distracción en
moda, según el cual, “sin plata no hay autonomía”.